viernes, 18 de marzo de 2011

El día más feliz de mi vida



Pensando en que mi prima hace su Primera Comunión en mayo me ha entrado un poquico de morriña, mezclada con un punto de alivio. Yo no sé quién fue el alma perversa a la que se le ocurrió la frasecita de el día más feliz de mi vida, pero la verdad es que tuvo que ser alguien con muy mala leche... además de hortera.

Tengo varios recuerdos muy marcados de esa importante fecha. Los más traumáticos son, por este orden, mi madre diciéndome que si seguía comiendo gominolas no me iba a caber el pantalón de mi traje de marinerito (si, yo también he sido un niño gordo...) y un husky enorme que me atizó un mordisco en toda la cara mientras jugaba con él en el parque que hay cerca de mi casa. ¿Que por qué me traumó más lo primero que lo segundo? Porque el husky iba a buenas, y mi madre no. Además, el pobre casi no me dejó marca, mientras que mi autoestima sigue a día de hoy profundamente vulnerada...

Otros recuerdos, sin embargo, son mucho más felices: mi prima y yo sumergiendo el muñeco de la tarta de comunión en chocolate, como si fuera lava hirviendo, los recordatorios que intercambiábamos en el cole (un amigo mío se hizo el suyo propio), la cámara que me regalaron mis tíos (y que se cargó mi padre), el reloj de pulsera para cuando fuera mayor (y que se cargó mi padre), la animación en general (que gracias a Dios no se cargó nadie) etc etc etc. No voy a hablar del Sacramento en sí, primero porque, para ser sinceros, fue algo muy borroso y muy abstracto para mi mente de crío, y segundo, porque para el 99,99 % de los niños educados en la fe católica el día de la Primera Comunión es algo que está a caballo entre los Reyes y el cumpleaños, con la diferencia de que sólo se celebra una vez en la vida, y encima te tienes que vestir como en las fotos de tu abuelo de hace un siglo, y la siguiente vez que comulgas vas con ropa normal y nadie te dice nada y hasta hay señoras que se te cuelan y todo (este último tema en concreto es un filón).

Y, ahora, la de mi prima del pueblo. Son bonitas las Primeras Comuniones en los pueblos, más que en la ciudad. Hace dos años fue la de su hermana; 25 niños con sus familias hacinados en la parroquia, sudando la gota gorda pero pasándolo en grande; abuelas que lloran estrujando el pañuelo, abuelas que se desmayan de la emoción (verídico), madres histéricas, padres escapándose para fumarse un cigarro (está mal visto que los hombres se queden dentro toda la ceremonia), gente con cámaras, abanicos, fotos, el niño que se traba leyendo, la niña que se pisa el vestido, flores por todas partes...

¿Lo malo? El cancán ese que va a llevar la cría en el vestido. Un rollazo, fijo. Que se lo pongan al de la frasecita dichosa, a ver qué opina.