viernes, 25 de febrero de 2011

Amores campusinos

A mí el rollo "Amo a Laura" me incinera. No lo puedo evitar; se me crispan los nervios con esos amoríos de facultad y apuntes, de náuticos y pendientes de perla, de Novena y Blackberry...

Estaba solo en la oficina, con una compañera, cuando los ví: nuestras ventanas dan a una zona de paso de los estudiantes, frente a un Colegio Mayor. Ahí estaban: él, en camiseta, a pesar de ser febrero. Ella, con sus mallas y sus botines, toda linda; besitos por aquí, besitos por allá, correcorrequetepilloaynotontojijijiji etc, etc, etc. Mi compañera flipaba. Yo ya no sabía qué hacer. Los estudiantes parriba y pabajo venga a pasar. Y esos dos ahí, dale que te pego, ahora riéndose, ahora pegándose, ahora besuqueos, y vuelta a empezar.

Entonces llegó el momento clave, el clímax del asunto. Él dejó caer la mochila con decisión y se abalanzó sobre ella. La pobre intentó resistirse, pero entonces la levantó en el aire y, mientras ella agitaba desesperada sus botines en plena altura, él silenció sus gritos con un beso de película, de esos que hacen historia.

El tiempo se detuvo. La cara de mi compañera era un poema de asombro, admiración y espanto: un grito inarticulado luchaba por escapar de sus labios atenazados por la sorpresa. Parecía que el mundo iba a llegar a su fin, que íbamos a morir todos sumergidos en una oleada de pasión desatada y juvenil romanticismo, pero no; una idea cruzó mi mente con un fogonazo: haciendo acopio de todas mis fuerzas, me levanté, abrí la ventana y me puse a aplaudir como un loco, gritando ¡BRAVO, BRAVO!

Huyeron cada uno por su lado... visto y no visto.

jueves, 17 de febrero de 2011

Peces




Yo, a lo largo de mi vida, mascotas, lo que se dice mascotas, he tenido unas cuantas. Lo inevitable: unos pececillos cuando era pequeño, un par de tortugas enanas, canarios... nada que llegara a sobrevivir más de 6 meses sin automutilarse, desaparecer misteriosamente o morir en circunstancias extrañas.

El caso es que, hace unos meses, un poco antes de Navidad, me dio el pedal con lo de los peces otra vez, como cuando tenía 6 años. Ya me diréis lo que hace un pez; nadar y poco más... pues bien, a mí se me cruzó el cable y me compré tres peces, la pecera y el bote de comida, los tres en uno, de un arranque. Y allá que me fui, más contento que unas pascuas. Además pensé "bueno, ya que más sosos no pueden ser, los pobres, vamos a darles aunque sea un nombre creativo a cada uno" Al dorado lo llamé Crisógono, al blanco Aristóteles, y al naranja Heliogábalo. Casi nada. Y claro, mi novia y mis amigos pensando que soy gilipollas, y yo venga a confundirme con los nombres...

Crisógono fue el primero en morir. No duró ni tres días. A las tres semanas cayó Aristóteles, y Heliogábalo ahí sigue, vivito y coleando, más solo que la una, con una cara de pena que no puede con ella y la pecera toda entera para él solo. Mi madre, que por supuesto los odió desde el primer instante en que llegaron a casa, se ha ido encargando de vaticinar sus muertes una a una, pero con Heliogábalo no puede; por mucho que vaticine, nada: que no se muere. Y eso le frustra. Ha llegado a amenazar con dejarlo en la terraza para que se congele...

Ahora reconozco que no hay nada más aburrido que un pez. Dos se hacen compañía, pero uno es la cosa más triste del mundo. Pobre Heliogábalo...

viernes, 4 de febrero de 2011

Historias de un armario



Antes que nada: jefe, gracias por la idea :)

Yo no sé en otros sitios, pero en mi oficina hay una pared entera llena de armarios, de los cuales uno se utiliza para dejar los abrigos, mientras que el resto se emplean en guardar los archivos, el material de oficina y un largo etcétera de cosas.
Pues bien, este armario no es un armario normal. Ahí dentro pasan cosas y lo digo con toda la seriedad del mundo; ayer mismo mi jefe trató de sacar su abrigo a la hora de comer y, como no salía, estiró hasta que salieron el suyo y el de la becaria nueva, enredados misteriosamente por una de las mangas. ¿Pero qué pasa, que en este armario los abrigos se abrazan o qué? Hala Pablico, ya tienes un post nuevo para tu blog: Abrigos que se abrazan. Palabras textuales, lo juro.

De entrada es un armario miserablemente pequeño para meter los abrigos de las nueve personas que solemos estar trabajando en el Departamento. Y eso sin añadir que el mío es una especie de mole peluda que vale por dos... total, que cuando no se están abrazando, los abrigos se dedican a caerse (especialmente el mío ¿por qué será?) cada vez que alguien abre el armarito de las narices. Y no lo he dicho, pero la puerta, que es de estas correderas que meten un ruido de los mil demonios, está justo a la espalda del escritorio de mi jefe... Imaginad que estáis hablando por teléfono y justo la becaria de turno quiere sacar algo: ¡BRUUUUUUMMM! Lo mejor para unos nervios crispados. En Rectorado deben pensar que la oficina está en una ferroviaria cada vez que nos llaman.

Además de abrigos también hay otras cosas pintorescas dentro. Fiambreras estratégicamente colocadas para caer sobre tu pie al abrir, abrecartas afilados, corbatas para regalar a personas que nunca van a pasar a por ellas, betún negro (lo encontré ayer, y NADIE sabía qué diablos hacía allí) bolsas, bolsos de las chicas, folletos atrasados, latas de cocacola al borde de la implosión... a principios de curso hicimos una limpieza y encontramos un táper lleno de lo que antes de verano habían sido restos de macarrones...

Da igual que hagamos un parte a mantenimiento. Da igual que alguien salga herido por una percha malintencionada, o que lo vaciemos y lo limpiemos a fondo. Ese armario tiene vida propia. Y, desde luego, si a mí me metieran ahí dentro también me abrazaría a la manga más próxima...